martes, 24 de junio de 2014

Horacio.

Epístola a los Pisones

Quinto Horacio Flaco, según Anton von Werner


La Epístola a los Pisones (Epistula ad Pisones, en latín) del poeta Horacio, más conocida como Arte poética (Ars poëtica), ha venido a ser uno de los sostenes del clasicismo en la literatura. Ensalza los modelos griegos como maestros y proporciona consejos técnicos a los poetas noveles. Frente a Aristóteles, Horacio adopta otro tono, ya que, a diferencia del filósofo, él mismo es un artista de la palabra y puede aportar su propia experiencia como creador.

Características de la obra

El texto cuenta con treinta apartados delimitados por los vocativos utilizados para llamar la atención de sus destinatarios, los Pisones. Valiéndose del símil o comparación («Así como los árboles mudan la hoja al morir el año ... así también perecen con el tiempo las palabras antiguas...», VII), de la anécdota («Un estatuario de cerca del Circo de Emilio ...», IV), de la metáfora («El atleta que anhela llegar primero a la meta ... mucho tiempo se ejercitó de niño...», XXIX), y del argumento de autoridad («Homero nos enseñó...», VIII) concreta su intención didáctica. Con frecuencia sus versos han pasado a ser aforismos repetidos hasta la saciedad en las preceptivas, como «si no hay arte el miedo de un defecto nos hace caer en otro peor», «mezclar lo útil con lo dulce», «de vez en cuando duerme el buen Homero», «el uso es más poderoso que los césares», «instruir deleitando», «como la pintura es la poesía», el «hircocervo» o monstruo compuesto de partes diferentes, etc.

Unidad en el arte

Lo primero que aconseja en el arte es la unidad de conjunto en toda obra, el adecuado equilibrio y conexión entre las partes. El artista no debe desproporcionar una parte de forma que constituya más que las otras y debe subordinar esta al conjunto siempre; si bien hay libertad para escribir, «no ha de ser para poner en uno lo fiero con lo manso».
El artista debe guiarse por dos criterios: oportunidad y selección; escoger un asunto proporcionado a sus fuerzas y mejor, «empezar sin énfasis, modestamente» (tópico de la falsa modestia), pues, caen en ridículo los que anuncian cosas graves y acaban con fruslerías. Un asunto conocido puede volver a tratarse, pero no como un «servil copista».

El lenguaje

En cuanto al lenguaje, se permite el uso de voces y expresiones nuevas para ideas nuevas, como las voces derivadas del griego y latinizadas sin violencia, y considera lícito introducir «palabras selladas con el cuño del tiempo presente» siempre que se proceda con tiento. Por otra parte, ha de haber decoro, esto es, el lenguaje debe ser adecuado al estado de ánimo y a la condición de quien habla. Como dice Aristóteles, «se ha de considerar quién dice» las palabras.

El verso

Otro aspecto examinado es el verso. Aristóteles ya había expresado: «La naturaleza dictó el metro propio apto para las pláticas: el yambo»; Horacio, en coincidencia, dice que el yambo (una sílaba breve seguida de una larga) se acomoda más al diálogo y a la acción. Cree, además que cada verso tiene su carácter; por esto, conviene guardar el estilo adecuado, es decir, no emplear versos trágicos en un asunto cómico y viceversa. El dístico (pies desiguales) ha sido más utilizado en la epopeya. Los géneros ha de guardarse puros: la elegía es el poema triste que lamenta, la oda o himno el poema alegre que celebra, la sátira el poema indignado o festivo que critica.

Otros aspectos

En cuanto a los caracteres de los personajes, exhorta a seguir la tradición. Aquellos personajes conocidos se deben mantener con el carácter que históricamente han tenido y desde el principio al final de la obra. Como ejemplo, vale citar: Aquiles se presentará impetuoso, iracundo, infatigable. Es importante observar los rasgos propios y las costumbres de cada edad, a fin de no desatinar al dar el papel de viejo al joven, o lo inverso. «Fijaos bien en los modelos vivos de la sociedad, en las diversas costumbres...». una obra puede adolecer de faltas de estilo; pero, si pinta bien las costumbres y con naturalidad, gustará al público.

Conmina a observar los gustos del público y guardar la moralidad no sacando a escena «cuadros que no son para ser vistos» por su crueldad o violencia, pues sólo producirán incredulidad o asco. Esos episodios se pueden dar a conocer «por medio de una narración patética».

Define claramente que el drama tendrá exactamente cinco actos (los tres clásicos de Aristóteles, exposición, nudo y desenlace, unidos por otros dos que sirven de enlace), que no se introducirá dios alguno de manera trivial o frívola para resolver las obras (deus ex machina) y que sobre el escenario sólo habrá cuatro interlocutores. Aristóteles, mencionando a Sófocles, hablaba de tres. Horacio aclara que podrá haber en escena veinte actores, pero sólo hablarán tres y un cuarto lo hará en aparte.
Dedica varias palabras a la función del coro. Este es un actor y su función es recitar versos en los entreactos y amenizar con el canto y la música de flauta.

Horacio y el clasicismo

El clasicismo de Horacio está abiertamente expresado en el apartado XXIII: «Estudiad los modelos griegos; leedlos noche y día». Promueve, pues, la imitación de los modelos griegos más que la originalidad a la vez que una autocorrección o lima del estilo. Recomienda que el poeta debe someter juicio de algunos conocidos no aduladores aquello que escriba, y luego guardarlo nueve años, antes de volver sobre lo escrito y corregirlo con ese distanciamiento. «Condenad todo poema que no ha sido depurado por muchos días de corrección...». La poesía es uno de los géneros que no admite mediocridad.

Por otra parte sentencia que «el principio y la fuente para escribir bien es tener juicio», el cual se extrae del estudio de los filósofos, en lo que hace al fondo de las cosas, y de la observación de los modelos vivos de la sociedad. Como Aristóteles, insiste en la necesidad de mostrar cosas verosímiles y tratar temas que sean útiles y agradables al público. «Instruid deleitando», «mezclar lo útil con lo agradable». «La sabiduría dictó en verso sus primeras enseñanzas» con esta frase comienza su reflexión sobre el valor de la poesía.

Tras mencionar a Anfión, Homero, Tirteo, determina como condiciones del poeta el temperamento y el arte, es decir, genio a la vez que estudio y cultivo.

Traducciones al español

La Epistula ad Pisones fue traducida al español por Luis Zapata y publicada en Lisboa en 1592; luego lo hizo Vicente Espinel (1595) en endecasílabo blanco, y después el jesuita catalán Josep Morell en pareados (al final de sus Poesías selectas, Tarragona, 1684). La glosó en octavas Juan Infante y Urquidi en 1730 y tradujo diversos fragmentos Francisco Cascales en sus Tablas poéticas (Murcia, 1617), pero fue un texto traducido continuamente, bien como tarea escolar, bien con propósito estético o teórico por escritores de más nota, quedando muchas inéditas, como por ejemplo la de Tamayo de Vargas, de manera que existen versiones incontables en castellano de muchos otros que intenta reseñar Marcelino Menéndez Pelayo en su libro Horacio en España (1877), y aun así se dejó no pocas. En el siglo XVIII destaca la de Tomás de Iriarte, bilingüe, en silva y con notas. En el siglo XIX las comentadas prolijamente en prosa de Francisco Martínez de la Rosa (París, 1827) en verso suelto, y Javier de Burgos, en romance heroico. Igualmente merece ser reputada la extremadamente literal y exacta del humanista Juan Gualberto González Bravo y, por sus comentarios más bien, la de Graciliano Afonso, y, como curioso experimento métrico, Sinibaldo de Mas realizó otra en hexámetros castellanos.

Datos biográficos

 Nació el 8 de diciembre del año 65 a.C. en Venusia (hoy Venosa Apulia, Italia). Hijo de un liberto.

Cursó estudios de filosofía griega y poesía en la Academia. Fue tribuno militar nombrado por Marco Junio Bruto, uno de los asesinos de Julio César. Combatió en el ejército republicano que fue derrotado por Marco Antonio y Octavio en Filipos. Amnistiado regresó a Roma para dedicarse a escribir poesía.

Cuando el poeta Virgilio conoció sus poemas, hacia el año 38 a.C., le presentó a Cayo Mecenas, quién le introdujo en los círculos literarios y políticos de Roma, y en 33 a.C. le entregó una propiedad en las colinas de Sabina donde se retiró a escribir.

Fue autor de sátiras, épodos, odas y epístolas. En sus Sátiras trata sobre la ambición, la estupidez y la codicia. Los Épodos aparecieron también el 30 a.C., y critican los abusos sociales. Su poesía más importante se encuentra en las Odas, Libros I, II y III (23 a.C.), adaptadas de Anacreonte, Alceo y Safo. Predica la paz, el patriotismo, el amor, la amistad, el vino y la sencillez.

Hacia el año 20 a.C. Horacio publicó el Libro I de sus Epístolas, veinte cartas cortas en versos hexámetros en las que expone sus observaciones sobre la sociedad, la literatura y la filosofía con su lógica del "punto medio", a favor de doctrinas como el epicureísmo. A la muerte de Virgilio el año 19 a.C., le sucedió como poeta laureado.

Dos años más tarde escribió poesía lírica cuando Augusto le encargó el himno Carmen saeculare para los juegos seculares de Roma. Ars poetica da consejos técnicos a los poetas aspirantes.

Horacio falleció en Roma el 27 de noviembre del año 8 a.C.

Véase también

Enlaces externos

martes, 3 de junio de 2014

Eric Hoffer: THE TRUE BELIEVER


 Una cabeza vacía no está en realidad vacía, sino que esté rellena con basura. De ahí la dificultad de que haga algo una cabeza vacía.

Eric Hoffer (25 de julio de 1902-21 de mayo de 1983) fue un escritor y filósofo estadounidense. Escribió diez libros y obtuvo la Medalla Presidencia de la Libertad en febrero de 1983 de Ronald Reagan. Su primer libro The True Believer, fue publicado en 1951, fue ampliamente reconocido como un clásico. Este libro, que él consideraba como el mejor, estableció su reputación, y permaneció como un escritor exitoso por la mayor parte de su vida.
  • Comentarios sobre los movimientos de masas ==
Hoffer fue uno de los primeros en reconocer la importancia central de la autoestima para el bienestar psicológico. Mientras muchos escritores recientes se enfocan en los beneficios de una autoestima elevada, Hoffer se concentraba en las consecuencias de tener una baja autoestima. Preocupado por el surgimiento de los gobiernos totalitarios, especialmente los de Adolf Hitler y Iósif Stalin, intentó hallar sus raíces en la psicología humana. Descubrió que el fanatismo y la hipocresía están enraizadas en la duda, el odio hacia sí mismo y la inseguridad. Según lo describe en The True Believer, una obsesión con el exterior o con la vida privada de otras personas es sencillamente un intento cobarde del individuo por compensar su sentimiento de vacío existencial.
   Los movimientos de masas analizados en The True Believer incluyen a los movimientos religiosos (con extensas discusiones sobre el Islam y el Cristianismo), así como los movimientos políticos.      
   También incluyen a los aparentemente benignos movimientos de masas que no son ni políticos ni religiosos. Un principio clave en el libro es el agudo razonamiento de que los movimientos de masas son intercambiables: Hoffer notó que algunos nazis fanáticos luego se tornaron fanáticos comunistas; que algunos comunistas fanáticos luego se convertían en fanáticos anti-comunistas; o que Saul, perseguidor de los cristianos, luego se convirtió en Pablo, cristiano fanático. Para el verdadero creyente la sustancia del movimiento de masas no es tan importante como el hecho de que él o ella es parte de ese movimiento. Hoffer incluso sugiere que es posible detener el auge de un movimiento de masas indeseable al sustituirlo por un movimiento de masas benigno, el cual le daría a aquellos predispuestos a unirse a un movimiento un desfogue para sus inseguridades.
   Su visión era original, vigilando un nuevo terreno abiertamente ignorado por las tendencias académicas dominantes en la época. Particularmente, no era en absoluto freudiana, en un tiempo cuando casi toda la psicología estadounidense estaba confinada en el paradigma freudiano. Al evitar las corrientes académicas principales, logró evitar los limitantes que trae consigo el pensamiento establecido. Hoffer apareció en la Televisión Pública estadounidense en 1964, y luego en dos conversaciones de una hora con el periodista de la CBS Eric Sevareid.

  •  Disappointment is a sort of bankruptcy - the bankruptcy of a soul that expends too much in hope and expectation. 
  • Rudeness is a weak imitation of strength.
  • The leader has to be practical and a realist, yet must talk the language of the visionary and the idealist. 
  • The savior who wants to turn men into angels is as much a hater of human nature as the totalitarian despot who wants to turn them into puppets.
El verdadero creyente