Epístola a los Pisones
Quinto Horacio Flaco, según Anton von Werner |
La Epístola a los Pisones (Epistula ad Pisones, en latín) del poeta Horacio, más conocida como Arte poética (Ars poëtica), ha venido a ser uno de los sostenes del clasicismo
en la literatura. Ensalza los modelos griegos como maestros y
proporciona consejos técnicos a los poetas noveles. Frente a
Aristóteles, Horacio adopta otro tono, ya que, a diferencia del
filósofo, él mismo es un artista de la palabra y puede aportar su propia
experiencia como creador.
Características de la obra
El texto cuenta con treinta apartados delimitados por los vocativos
utilizados para llamar la atención de sus destinatarios, los Pisones. Valiéndose del símil
o comparación («Así como los árboles mudan la hoja al morir el año ...
así también perecen con el tiempo las palabras antiguas...», VII), de la
anécdota («Un estatuario de cerca del Circo de Emilio ...», IV), de la metáfora («El atleta que anhela llegar primero a la meta ... mucho tiempo se ejercitó de niño...», XXIX), y del argumento de autoridad («Homero nos enseñó...», VIII) concreta su intención didáctica. Con frecuencia sus versos han pasado a ser aforismos
repetidos hasta la saciedad en las preceptivas, como «si no hay arte el
miedo de un defecto nos hace caer en otro peor», «mezclar lo útil con
lo dulce», «de vez en cuando duerme el buen Homero», «el uso es más
poderoso que los césares», «instruir deleitando», «como la pintura es la
poesía», el «hircocervo» o monstruo compuesto de partes diferentes,
etc.
Unidad en el arte
Lo primero que aconseja en el arte es la unidad de conjunto en toda
obra, el adecuado equilibrio y conexión entre las partes. El artista no
debe desproporcionar una parte de forma que constituya más que las otras
y debe subordinar esta al conjunto siempre; si bien hay libertad para
escribir, «no ha de ser para poner en uno lo fiero con lo manso».
El artista debe guiarse por dos criterios: oportunidad y selección;
escoger un asunto proporcionado a sus fuerzas y mejor, «empezar sin
énfasis, modestamente» (tópico de la falsa modestia), pues, caen en
ridículo los que anuncian cosas graves y acaban con fruslerías. Un
asunto conocido puede volver a tratarse, pero no como un «servil
copista».
El lenguaje
En cuanto al lenguaje, se permite el uso de voces y expresiones
nuevas para ideas nuevas, como las voces derivadas del griego y
latinizadas sin violencia, y considera lícito introducir «palabras
selladas con el cuño del tiempo presente» siempre que se proceda con
tiento. Por otra parte, ha de haber decoro, esto es, el lenguaje
debe ser adecuado al estado de ánimo y a la condición de quien habla.
Como dice Aristóteles, «se ha de considerar quién dice» las palabras.
El verso
Otro aspecto examinado es el verso. Aristóteles ya había expresado:
«La naturaleza dictó el metro propio apto para las pláticas: el yambo»;
Horacio, en coincidencia, dice que el yambo
(una sílaba breve seguida de una larga) se acomoda más al diálogo y a
la acción. Cree, además que cada verso tiene su carácter; por esto,
conviene guardar el estilo adecuado, es decir, no emplear versos
trágicos en un asunto cómico y viceversa. El dístico
(pies desiguales) ha sido más utilizado en la epopeya. Los géneros ha
de guardarse puros: la elegía es el poema triste que lamenta, la oda o
himno el poema alegre que celebra, la sátira el poema indignado o
festivo que critica.
Otros aspectos
En cuanto a los caracteres de los personajes, exhorta a seguir la
tradición. Aquellos personajes conocidos se deben mantener con el
carácter que históricamente han tenido y desde el principio al final de
la obra. Como ejemplo, vale citar: Aquiles se presentará impetuoso,
iracundo, infatigable. Es importante observar los rasgos propios y las
costumbres de cada edad, a fin de no desatinar al dar el papel de viejo
al joven, o lo inverso. «Fijaos bien en los modelos vivos de la
sociedad, en las diversas costumbres...». una obra puede adolecer de
faltas de estilo; pero, si pinta bien las costumbres y con naturalidad,
gustará al público.
Conmina a observar los gustos del público y guardar la moralidad no
sacando a escena «cuadros que no son para ser vistos» por su crueldad o
violencia, pues sólo producirán incredulidad o asco. Esos episodios se
pueden dar a conocer «por medio de una narración patética».
Define claramente que el drama tendrá exactamente cinco actos (los
tres clásicos de Aristóteles, exposición, nudo y desenlace, unidos por
otros dos que sirven de enlace), que no se introducirá dios alguno de
manera trivial o frívola para resolver las obras (deus ex machina) y que sobre el escenario sólo habrá cuatro interlocutores. Aristóteles, mencionando a Sófocles,
hablaba de tres. Horacio aclara que podrá haber en escena veinte
actores, pero sólo hablarán tres y un cuarto lo hará en aparte.
Dedica varias palabras a la función del coro. Este es un actor y su función es recitar versos en los entreactos y amenizar con el canto y la música de flauta.
Horacio y el clasicismo
El clasicismo de Horacio está abiertamente expresado en el apartado
XXIII: «Estudiad los modelos griegos; leedlos noche y día». Promueve,
pues, la imitación de los modelos griegos más que la originalidad a la
vez que una autocorrección o lima del estilo. Recomienda que el poeta
debe someter juicio de algunos conocidos no aduladores aquello que
escriba, y luego guardarlo nueve años, antes de volver sobre lo escrito y
corregirlo con ese distanciamiento. «Condenad todo poema que no ha sido
depurado por muchos días de corrección...». La poesía es uno de los
géneros que no admite mediocridad.
Por otra parte sentencia que «el principio y la fuente para escribir
bien es tener juicio», el cual se extrae del estudio de los filósofos,
en lo que hace al fondo de las cosas, y de la observación de los modelos
vivos de la sociedad. Como Aristóteles, insiste en la necesidad de
mostrar cosas verosímiles y tratar temas que sean útiles y agradables al
público. «Instruid deleitando», «mezclar lo útil con lo agradable». «La
sabiduría dictó en verso sus primeras enseñanzas» con esta frase
comienza su reflexión sobre el valor de la poesía.
Tras mencionar a Anfión, Homero, Tirteo, determina como condiciones del poeta el temperamento y el arte, es decir, genio a la vez que estudio y cultivo.
Traducciones al español
La Epistula ad Pisones fue traducida al español por Luis Zapata y publicada en Lisboa en 1592; luego lo hizo Vicente Espinel (1595) en endecasílabo blanco, y después el jesuita catalán Josep Morell en pareados (al final de sus Poesías selectas, Tarragona, 1684). La glosó en octavas Juan Infante y Urquidi en 1730 y tradujo diversos fragmentos Francisco Cascales en sus Tablas poéticas
(Murcia, 1617), pero fue un texto traducido continuamente, bien como
tarea escolar, bien con propósito estético o teórico por escritores de
más nota, quedando muchas inéditas, como por ejemplo la de Tamayo de Vargas, de manera que existen versiones incontables en castellano de muchos otros que intenta reseñar Marcelino Menéndez Pelayo en su libro Horacio en España (1877), y aun así se dejó no pocas. En el siglo XVIII destaca la de Tomás de Iriarte, bilingüe, en silva y con notas. En el siglo XIX las comentadas prolijamente en prosa de Francisco Martínez de la Rosa (París, 1827) en verso suelto, y Javier de Burgos, en romance heroico. Igualmente merece ser reputada la extremadamente literal y exacta del humanista Juan Gualberto González Bravo y, por sus comentarios más bien, la de Graciliano Afonso, y, como curioso experimento métrico, Sinibaldo de Mas realizó otra en hexámetros castellanos.
Datos biográficos
Cursó estudios de filosofía griega y poesía en la Academia. Fue tribuno militar nombrado por Marco Junio Bruto, uno de los asesinos de Julio César. Combatió en el ejército republicano que fue derrotado por Marco Antonio y Octavio en Filipos. Amnistiado regresó a Roma para dedicarse a escribir poesía.
Cuando el poeta Virgilio conoció sus poemas, hacia el año 38 a.C., le presentó a Cayo Mecenas, quién le introdujo en los círculos literarios y políticos de Roma, y en 33 a.C. le entregó una propiedad en las colinas de Sabina donde se retiró a escribir.
Fue autor de sátiras, épodos, odas y epístolas. En sus Sátiras trata sobre la ambición, la estupidez y la codicia. Los Épodos aparecieron también el 30 a.C., y critican los abusos sociales. Su poesía más importante se encuentra en las Odas, Libros I, II y III (23 a.C.), adaptadas de Anacreonte, Alceo y Safo. Predica la paz, el patriotismo, el amor, la amistad, el vino y la sencillez.
Hacia el año 20 a.C. Horacio publicó el Libro I de sus Epístolas, veinte cartas cortas en versos hexámetros en las que expone sus observaciones sobre la sociedad, la literatura y la filosofía con su lógica del "punto medio", a favor de doctrinas como el epicureísmo. A la muerte de Virgilio el año 19 a.C., le sucedió como poeta laureado.
Dos años más tarde escribió poesía lírica cuando Augusto le encargó el himno Carmen saeculare para los juegos seculares de Roma. Ars poetica da consejos técnicos a los poetas aspirantes.
Horacio falleció en Roma el 27 de noviembre del año 8 a.C.
Véase también
Enlaces externos
- Epistula ad Pisones, texto completo en latín en el Proyecto Gutenberg.
- Epístola a los Pisones, traducida a verso castellano por Tomás de Iriarte.
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